lunes, 23 de mayo de 2016

Sinopsis

La tragedia comienza en el amanecer del día siguiente del final de la guerra, el día en el que los dos hijos de Edipo, Polinices que ha conducido el ejército de los argivos contra Tebas, y Eteocles que la ha defendido, se han dado muerte mutuamente. Son las dos hijas de Edipo las que están en escena. Antígona pide a su hermana Ismene que la ayude a enterrar a Polinices, contraviniendo el mandato de Creonte, que ha ordenado que, como castigo al traidor, su cadáver quede insepulto. Pero ésta, alegando que de siempre había sido una persona temerosa e indecisa, no le prestó su ayuda y cuando le prometió no decirle nada a nadie, Antígona insistió en que no se lo callara.


La llegada del Coro, formado por ancianos y nobles tebanos, trae el saludo al nuevo día, el día de la victoria y, sobre todo, de la paz tras los horrores de la guerra. Han sido llamados por el nuevo gobernante aunque aún no saben la razón.
Hace su aparición Creonte y, antes de anunciar su primera disposición, expresa su confianza en que esos nobles y ancianos tebanos le sirvan a él con la misma fidelidad que ya mostraron a Layo y Edipo, sus antecesores. Es entonces cuando anuncia su prohibición de que se cumpla con el sagrado deber de enterrar a Polinices, el “hermano traidor” y que, en cambio, a Eteocles le rindan homenaje como defensor de la ciudad. El coro es consciente de la gravedad de esa ley, de lo que supone de atentado contra las leyes religiosas, pero, a fin de cuentas, están sujetos también a esa orden y están convencidos de que nadie sacrificaría su propia vida por contravenirla.
Sin embargo, están equivocados, como muestra la llegada de uno de los soldados encargados de vigilar el cadáver de Polinices para anunciar que alguien ha contravenido la ley y ha realizado ritos funerarios en su honor.
Más tarde los guardias traen detenida a Antígona, porque ha sido ella la que ha violado esas leyes para mantenerse fiel al deber sagrado debido a los muertos. Creonte le preguntó si era ella quien había cubierto el cuerpo de Polinices y afirmó q sí, que había sido ella y nadie más; pero Creonte no la creyó y pensó que Ismere tenía algo que ver, pues la había visto muy inquieta y mandó traerla a su presencia. Ismere había cambiado de idea, y sin haber participado en los hechos le dijo a su tío Creonte que ella había ayudado a Antígona.
Tras mandar a ambas a una celda, aparce Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona. La intransigencia de Creonte se convierte ya en ceguera, porque es incapaz de percibir que su condena a Antígona alcanzaría también a Hemón, lo que el Coro señala como algo que podría afectar al futuro del reino a través de su heredero, ya que son dos ahora las muertes que esa inflexible orden de Creonte puede causar. Pero nada hace cambiar la opinión de el gobernante que decide dejar en libertad a Ismere mientras que a Antígona la iba a dejar abandonada en una cueva con un poco de comida, la iba a enterrar en vida, para que así “su muerte no salpicara a la ciudad”.

La entrada de Antígona, camino de su mortal destino, nos la muestra cambiada. Ha perdido su altivez y la seguridad inicial. Increpada por Creonte y abandonada por todos, incluso por el Coro, su monólogo de despedida no es un canto de triunfo, sino de tristeza, nostalgia y desolación. De abandono frente a un deber con el que ha cargado en soledad y que no emprende ya con la altivez del triunfo.
La llegada del anciano Tiresias anunciando negros presagios llena a Creonte de inquietud. En un principio se niega a aceptar su error, pero su seguridad se desmorona y, atemorizado, intenta evitar que se cumpla la condena de Antígona.
Pero cuando llegó adonde se encontraba ésta, vio como estaba ahorcada y como agarrado a su cintura estaba su hijo Hemón, que había cargado su espada contra él, se la había clavado en el pecho, y en consecuencia había muerto. Volviendo a su palacio, con su hijo en brazos, encuentra que su esposa, Eurídice, no había podido soportar la muerte de Hemón y también ella decidió quitarse la vida.
Éste es el papel que le queda a Creonte. Por haber castigado a su sobrina, pues ésta había dado sepultura a Polinices, después de que éste muriera en combate contra su ciudad natal, Tebas, y de la que es Creonte el máximo representante, su hijo y heredero, Hemón , y su esposa, Eurídice, habían muerto. Tuvieron que morir muchas personas para que al final de la obra y sin remedio, Creonte se diera cuenta de su gran error, de que una persona, por mucho poder político que tenga, siempre está por debajo de los dioses y de las leyes “escritas” por ellos.

Layo y su esposa Yocasta reyes de Yebas no tenian descendiente pues el Oraculo les habia augurado que su hijo seria parricida y se casaria con su propia madre, intentaron pues no tener hijo pero no lo consiguieron. 
Layo, queriendo evitar tal destino, ordenó a un súbdito que matara a Edipo al nacer. Apiadado de él, en vez de matarlo, el súbdito lo abandonó en el monte Citerón, colgado de un árbol por los pies, los cuales perforó. Un pastor halló el bebé y lo entregó al rey Pólibo de Corinto. Mérope, la esposa de Pólibo y reina de Corinto, se encargó de la crianza del bebé, llamándolo Edipo, que significa ‘de pies hinchados’ por haber estado colgado.

Al llegar a la adolescencia, Edipo, por habladurías de sus compañeros de juegos, sospechó que no era hijo de sus pretendidos padres. Para salir de dudas visitó el Oráculo de Delfos, que le auguró que mataría a su padre y luego desposaría a su madre. Edipo, creyendo que sus padres eran quienes lo habían criado, decidió no regresar nunca a Corinto para huir de su destino. Emprende un viaje y en el camino hacia Tebas, Edipo encuentra a Layo en una encrucijada, discuten por la preferencia de paso y lo mata sin saber que era el rey de Tebas, y su propio padre. Más tarde Edipo encuentra a la esfinge, un monstruo que daba muerte a todo aquel que no pudiera adivinar su acertijo, atormentando al reino de Tebas. A la pregunta de cuál es el ser vivo que camina a cuatro patas al alba, con dos al mediodía y con tres al atardecer, Edipo responde correctamente que es el hombre. La esfinge, furiosa, se suicida lanzándose al vacío y Edipo es nombrado el salvador de Tebas. Como premio, Edipo es nombrado rey y se casa con la viuda de Layo, Yocasta, su verdadera madre. Tendrá con ella cuatro hijos.

Al poco, una terrible plaga cae sobre la ciudad, ya que el asesino de Layo no ha pagado por su crimen y contamina con su presencia a toda la ciudad. 
Edipo emprende las averiguaciones para descubrir el culpable, y gracias a Tiresias descubre que en realidad es hijo de Yocasta y Layo y que es él mismo el asesino que anda buscando. Al saber Yocasta que Edipo era en realidad su hijo, se suicida, colgándose en el palacio. Horrorizado, Edipo se saca los ojos con los broches del vestido de Yocasta y abandona el trono de Tebas, escapando al exilio.